dilluns, 10 de gener del 2011

Prólogo

Adiós, abuelo.
15/06/2011
Hotel Imperial Palace
Tour Town



“Dios me dio la belleza del más puro ángel, y Satanás me dio la inteligencia del peor diablo”.
Con esta profunda frase, don José Swen Darell exhaló su ultimo suspiro en el Hospital Central de Tour Town.
De eso hacía ocho años y medio.
Albert esta sorprendido que en estas circunstancias, pueda acordarse de la muerte de su abuelo paterno.
“-Será por la afinidad del momento. Pero en mi caso la belleza de ángel deja mucho que desear”.
Su aspecto era deplorable: Sucio de pies a cabeza, la melena enmarañada, lleno de arañazos y roces en un cuerpo magullado.Un ojo hinchado a punto de amoratarse.
“-Menuda pinta. Seguro que no me dejarían volver a entrar por el Hall”
Apoya la frente en el frío cemento para descansar el cuello de la tensión generada.
El alivio es efímero. Albert retoma su monólogo interior:
“-Mi inteligencia, ahora mismo sería equiparable a la de una ameba”.
Asoció esa idea al recuerdo de la causante de todo el embrollo.
“¡Si salgo de esta, juro que la alcaldesa Milton va a saber por donde se puede meter el cargo de las narices!”
Mientras su parte consciente intenta analizar el sorprendente recuerdo de adolescencia, lo absurdo de la situación y en como cabrear a su jefa, los brazos de Albert empiezan a desfallecer por el esfuerzo exigido. Al fin, decide arriesgarse a hallar una postura más cómoda, para ello se balancea un poco hacía la derecha intentando llegar a la tubería más próxima. Pero falla en el intento por unos centímetros.
Con el movimiento, la herida de la ceja se abre de nuevo. La sangre le recorre el pómulo derecho bajando por la mejilla, goteando al vacío o manchando su uniforme según se mueve su cuerpo con el balanceo.
Pero para agravar más la cosa, un segundo reguero va a pararle al lagrimal. Esto le provoca el acto reflejo de cerrar los ojos y rascarse.
Por suerte, gana el instinto de supervivencia, recordándole que es mejor sufrir el escozor que no soltarse y caer.
“Maldita sea. Tengo que centrarme, he de aguantar un poco más. ¡Dios! Esto escuece una barbaridad. Piensa, Al: Un nuevo intento, ¡Vamos allá!
Sus músculos están tensos como cuerdas de piano. Podía notar todo su cuerpo mandándole una interminable lista de sensaciones: Cansancio, sudor, el estomago apoyándose en los intestinos, el peso del equipo, el tacto de los dedos dentro de las botas, pero sobretodo, el dolor de las múltiples heridas.
“No voy a caerme, me he entrenado mucho, podría aguantar un minuto o dos.”
Su mano izquierda le traiciona. Albert, se aterroriza al verse sujeto al edificio con una sola mano que también pide tirar la toalla, y la otra palmeando la nada con un intenso dolor hormigueante que la paraliza e impide volver a agarrase a la fachada.
“ ¡Arrg! Pero con estas heridas no creo que llegue al segundo asalto. Debo decidirme: último intento o adiós”.
Albert deja a un lado todos los pensamientos superfluos y todas las sensaciones inútiles, empezando por el picor en el ojo que empieza a ser intenso.
“Dejo la mente en blanco”.
Sabe que todo eso es esencial para lograr el éxito, pero hay un sentimiento que es muy, pero que muy difícil quitarse de la cabeza: El barajar al alza la rendición como salida; En el fondo, es atractivo: Dejar que la gravedad actué, y en pocos segundos morir en el suelo del callejón hecho un flan de carne y vísceras. Luego la nada.
A pesar de todo, Albert, inspira fuerte llenando los pulmones todo lo que la costilla rota le permite. Nota el dolor como una música de fondo.
Repite todo el ritual que el profesor le había enseñado hacía unos meses.
“Concéntrate.”
Su mente se desvincula del miedo a morir, para sustituirlo por el recuerdo de su maestro.
Una brisa le acaricia el rostro.
“Es lo único agradable de todo este berenjenal en que estoy metido”
Justo en ese momento, en su mente, oye la voz de su mentor recitando los pasos:
“Vacía la mente, haz de tu cuerpo una pluma. Relájate lo máximo posible. Ensaya en la cabeza toda la secuencia de movimientos que quieres ejecutar y repasa cuales son superfluos y cuales esenciales. Rechaza los primeros, perfila los segundos.
Cierra los ojos. Visualiza tu energía interior repartiéndose por todo los músculos que van a trabajar”.
Albert deja de sentir todos los informes de su cuerpo, solo hay la voz del Profesor Yamakasi.
“Debes focalizar la fuerza en la parte que va a sufrir más. Suelta el aire con un grito seco y actúa como un relámpago”.
Su cuerpo se relaja un par de segundos. En su visión, una luz blanca le recorre los brazos y piernas, siendo más intensa en pies y manos.
Tres segundos más tarde, su cuerpo se mueve como si fuera un autómata escudado en un gruñido sordo que sale del fondo de su alma.
La mano izquierda resucita, clavándose a la piedra como si pretendiera hundir los dedos en el hormigón. Sus pies se aferran entre los ladrillos para dar el máximo impulso a una dolorida espalda que se arquea como la de un felino en el inicio del salto.
Su cabeza llega a alzarse de la fachada, ya puede ver el suelo del tejado.
“-Tan cercano y a la vez a millones de años luz”.
La barbilla sube temblando hasta mantenerse a un milímetro de poderse apoyar en el canalón de desagüe.
“Ya falta poco, si puedo llegar a poner los brazos en ángulo y desplazarme hacía arriba...”.
En un ultimo esfuerzo apoya el codo izquierdo en el canalón.
Pero este cede y Albert se rinde a la gravedad, colgando de nuevo por una sola mano de la fachada posterior del Hotel Imperial Palace.
El poco aliento que le queda le sirve para susurrar unas últimas palabras:
-Nos vemos pronto, abuelo.
Por fin, la mano derecha decide por él.