dilluns, 10 de gener del 2011

Capítulo I

CONTACTOS


03:23 AM
26/09/2009
Hotel Imperial Palace
Tour Town

El Hotel Imperial Palace, fue el segundo hotel de Tour Town. El primero era la antigua posada de Santa Oxida que fue derruido para ampliar la avenida principal poco después de implantar el proyecto de la nueva ciudad.
Ya en su época, se le atribuyeron las cualidades para ser el museo del lujo decadente: Estilo rococó de un nivel imposible, tonos combinados de burdeos con dorados y levitas para todos los empleados que estuvieran a la vista.
A pesar de haberse realizado tres rehabilitaciones importantes para adecuarlo a los tiempos, la pátina no se ha perdido ni un atisbo en estos cuarenta años de servicio.

Este es el mejor lugar para hospedarse si se visita la Ciudad de la Diversión. “Obviamente, si puedes pagar la inmoral minuta” contestan los habitantes de la ciudad ante esta afirmación.
Una de las maravillas que ofrece este edificio es el “Hall”; Una ciudad en miniatura con los carritos de maletas de un lado al otro, las tiendas de lujo, las plantas exóticas y la gente más variopinta paseando por sus entresijos. Aunque muchos, consideran que lo más espectacular de este lugar, es la réplica de la Fuente del Tritón de Roma, situada en el acceso sur que conduce al jardín central del hotel. 
Durante el día, en su interior puede haber más de un millar de personas transitando. A pesar del gentío, apenas hay un rumor apagado entre sus paredes. Hay un pacto tácito de mantener las formas dentro de este templo del descanso. Cierto es, que las mullidas alfombras persas del tamaño de un estadio, ayudan mucho a mitigar los ruidos del bullicio.
No obstante, a las tres y veintitrés de la madrugada, solo hay una persona en el vestíbulo de proporciones titánicas.
Albert Swen está detrás del mostrador principal de pie hojeando unos papeles para su compañero de relevo.
Solo sus movimientos y el repentino cambio de indicador del ascensor tres, rompen la quietud del recinto.
Esta bajando desde la planta quince a la catorce.
De repente, el teléfono de recepción parpadea dando a entender que hay una llamada entrante por la 2.
Albert mira el aparato con una sonrisa en los labios.

-“La colita feroz”, sex shop. Buenas noches, ¿Dígame?

Una voz familiar ríe a mandíbula batiente:

-Ja, ja. Un día de estos va a ser una llamada de alguien importante y serás hombre muerto.

- Usted es muy importante, señor. Pero no me delatará. Y le informo que si la centralita sigue mostrando el numero de quién llama no tengo de que preocuparme, señor... Swen.- Albert cambia del tono formal al cariñoso.- ¿Qué tal, papá?

Al otro lado de la línea, Albert Swen Senior esta en la biblioteca familiar, sentado en su butacón orejero con “Lucky”, su gato siamés, en el regazo.

-Psé, no me puedo quejar, tu madre ha hecho una cena “especial”.
Albert no puede evitar una mueca. Ama a su madre más allá del deber. Pero querer a alguien no significa tener que comer sus experimentos.

-¿Y qué tal?

-Genial de entrada, ha ido mejorando su estilo. Tu madre cocina como los ángeles, pero cuando se pone a “crear”...

El hombre descruza las piernas lanzando al gato por el aire. Este le replica con un maullido y se sube sillón más cercano.
Nunca le ha gustado hablar de los errores ajenos, y menos los de su querida mujer. Pero con su hijo la cosa se pone más tensa, por que sabe que puede haber represalias de su vástago en forma de reproches. Decide resignarse y confesar.

-Pero al rato de acostarme, una piedra ha decidido presentarse en mi barriga. No he podido pegar ojo. Y aquí estoy digiriendo el “invento”.

Mientras, el indicador no ha variado de número desde hace dos minutos; El ascensor se ha detenido en la planta diez.
Albert hijo se compadece de su padre y pasa a otro tema:.

-Has decidido aprovechar para compartir una noche en vela con tu querido hijo. Es un honor, padre mío. Pues, en  estos tiempos de dolor habéis optado por mi consejo y acepto ser vuestro confidente, más acordaos de lo dicho: Vuestro dragón, vuestro problema, más yo solo soy escudero.

La voz de Albert Swen Senior suena poco amenazante con la risa escapando de sus labios.

-¡Pequeño insolente! Te esperan diez latigazos por tu afrenta. Y cómo parte de tu botín de guerra: ¡Las sobras de la cena recalentadas en vuestro buche entrarán!

Ambos Alberts ríen de su broma particular.

-¿Cómo se presenta la noche en la garita?

“La garita, más bien el mausoleo.” Piensa Swen hijo, mirando alrededor.

-Es un turno muy raro. Solo hay diez empleados, cuando lo normal es tener a cuarenta de guardia. El único de recepción soy yo, por que Raúl ha salido por un imprevisto: Su mujer esta de parto.

El anciano acaricia la cabeza del gato mientras niega con la cabeza.

-¡Enhorabuena para el futuro papá! ¿No hay personal de reserva?

Albert, a su vez, también mueve la cabeza negando para sí mismo.

-Papá esto ya no es tu hotel. La Luxurity Rex Midas Ltd., no repara gastos en lo superfluo. En recursos humanos solo lo necesario para que no se derrumbe el chiringuito. Y gracias. Además, toda el ala sur sigue cerrada por obras.

-Cierto, pero cuando yo era el director y este hotel era el referente mundial de la hostelería...

Albert conocía de sobras la historia que empezaba a desgranar su padre, la había oído infinidad de veces desde su niñez.
Cuando el menor de los Swen era un mocoso, le encantaba oírle contar a su padre como le había ido la jornada en ese sitio tan genial.
También le parecía genial que sus padres le dijeran que algún día cuando fuera mayor, podría regentar en calidad de director ese sitio tan especial.
El ascensor tres baja de nuevo hasta el “Hall”. Sus puertas se abren.
Desde su posición, Albert no puede verlo bien. Solo la parte superior. Parece vacío... Si no fuera porque algo esta impidiendo que las puertas se cierren de nuevo.

-Si lo sé, papá. Pero ahora solo importan los beneficios y que cada noche haya gente nueva. Nada de sentimentalismo. La cuenta y adiós.

El anciano se pone de pie y alza su volumen de voz, provocando que “Lucky” levante la cabeza asustado por el tono de enfado que rompe el silencio de la sala.

-¡Pero así se cargarán el negocio!. Lo importante es la calidad y no la cantidad, conservando el prestigio logrado por los años de duro trabajo que hicimos los antiguos empleados, que...

Albert se resigna a ser el chivo expiatorio de la mala digestión de su padre. Sabe que tiene razón, pero solo es el Jefe de Recepción del turno de noche.
Podría haber sido el director cuando su padre se retiró, pero ambos creyeron que lo mejor era empezar desde abajo. Desgraciadamente, dos años después de ascender de botones a conserje, los propietarios del hotel lo vendieron a una multinacional que decidió renovar a todos los cargos importantes por gente de su confianza. Cerrando así cualquier vía para el ascenso de la gente ya empleada. Incluido Albert. De eso ya hacía tres años, solo le permitieron ascender a su puesto actual.
Todo esto daba vueltas en la cabeza del muchacho cuando se hablaba del tema. Y siempre llegaba a la misma conclusión:
“Si, papá. Tienes toda la razón del mundo. Ellos no tienen un hotel, solo acciones que tienen un valor. Pero el tiempo corre rápido en la bolsa, no les preocupa el prestigio. Solo esperan para comprar barato y vender caro. Nada más.”

-...Y maldita la gracia que me hizo saber que no podías llegar más alto. Debí “enchufarte” des del primer día.

-Papá, sabes que eso no hubiera cambiado nada. Incluso sería peor porque me hubieran echado como al resto del staff.

La voz de su padre suena más relajada, cuando responde:

-Si, hijo lo sé. Pero me siento culpable de tu situación laboral.

-Ehhh, papá sabes que ya soy mayorcito para decidir como vivir mi vida. Aunque agradezco tu apoyo y que me llames a estas horas para animarme.

-Hijo es lo menos que puedo hacer por quién estoy orgulloso y que podría ser el mejor gerente de hostelería del mundo. También por ayudarme a digerir los platos de su madre. ¡Dios! Creo que ahora son toneladas de piedra lo que hay aquí. Necesitaré el mejor estomacal. Pero ni una palabra a tu madre, por favor.

En ese instante, Albert se percata de la anomalía cuando oye el ruido de las puertas.

-Pero, ¿Qué demonios? Papá espera un segundo, algo le pasa al ascensor.

Al salir del mostrador, Albert puede apreciar toda la escena: el cuerpo de una camarera esta tendido en el suelo privando el cierre de las puertas con su cintura. Está boca arriba en una posición que hace pensar al chico que estaba apoyada en las puertas cuando estás se abrieron.

-¡Dios mío! ¡Julia!¡Julia!

 Des del auricular apoyado en el mostrador se oyen la voz de Albert padre:

-¡Hijo!, ¿Qué ocurre? ¿Hola? ¿Hola?





Prólogo

Adiós, abuelo.
15/06/2011
Hotel Imperial Palace
Tour Town



“Dios me dio la belleza del más puro ángel, y Satanás me dio la inteligencia del peor diablo”.
Con esta profunda frase, don José Swen Darell exhaló su ultimo suspiro en el Hospital Central de Tour Town.
De eso hacía ocho años y medio.
Albert esta sorprendido que en estas circunstancias, pueda acordarse de la muerte de su abuelo paterno.
“-Será por la afinidad del momento. Pero en mi caso la belleza de ángel deja mucho que desear”.
Su aspecto era deplorable: Sucio de pies a cabeza, la melena enmarañada, lleno de arañazos y roces en un cuerpo magullado.Un ojo hinchado a punto de amoratarse.
“-Menuda pinta. Seguro que no me dejarían volver a entrar por el Hall”
Apoya la frente en el frío cemento para descansar el cuello de la tensión generada.
El alivio es efímero. Albert retoma su monólogo interior:
“-Mi inteligencia, ahora mismo sería equiparable a la de una ameba”.
Asoció esa idea al recuerdo de la causante de todo el embrollo.
“¡Si salgo de esta, juro que la alcaldesa Milton va a saber por donde se puede meter el cargo de las narices!”
Mientras su parte consciente intenta analizar el sorprendente recuerdo de adolescencia, lo absurdo de la situación y en como cabrear a su jefa, los brazos de Albert empiezan a desfallecer por el esfuerzo exigido. Al fin, decide arriesgarse a hallar una postura más cómoda, para ello se balancea un poco hacía la derecha intentando llegar a la tubería más próxima. Pero falla en el intento por unos centímetros.
Con el movimiento, la herida de la ceja se abre de nuevo. La sangre le recorre el pómulo derecho bajando por la mejilla, goteando al vacío o manchando su uniforme según se mueve su cuerpo con el balanceo.
Pero para agravar más la cosa, un segundo reguero va a pararle al lagrimal. Esto le provoca el acto reflejo de cerrar los ojos y rascarse.
Por suerte, gana el instinto de supervivencia, recordándole que es mejor sufrir el escozor que no soltarse y caer.
“Maldita sea. Tengo que centrarme, he de aguantar un poco más. ¡Dios! Esto escuece una barbaridad. Piensa, Al: Un nuevo intento, ¡Vamos allá!
Sus músculos están tensos como cuerdas de piano. Podía notar todo su cuerpo mandándole una interminable lista de sensaciones: Cansancio, sudor, el estomago apoyándose en los intestinos, el peso del equipo, el tacto de los dedos dentro de las botas, pero sobretodo, el dolor de las múltiples heridas.
“No voy a caerme, me he entrenado mucho, podría aguantar un minuto o dos.”
Su mano izquierda le traiciona. Albert, se aterroriza al verse sujeto al edificio con una sola mano que también pide tirar la toalla, y la otra palmeando la nada con un intenso dolor hormigueante que la paraliza e impide volver a agarrase a la fachada.
“ ¡Arrg! Pero con estas heridas no creo que llegue al segundo asalto. Debo decidirme: último intento o adiós”.
Albert deja a un lado todos los pensamientos superfluos y todas las sensaciones inútiles, empezando por el picor en el ojo que empieza a ser intenso.
“Dejo la mente en blanco”.
Sabe que todo eso es esencial para lograr el éxito, pero hay un sentimiento que es muy, pero que muy difícil quitarse de la cabeza: El barajar al alza la rendición como salida; En el fondo, es atractivo: Dejar que la gravedad actué, y en pocos segundos morir en el suelo del callejón hecho un flan de carne y vísceras. Luego la nada.
A pesar de todo, Albert, inspira fuerte llenando los pulmones todo lo que la costilla rota le permite. Nota el dolor como una música de fondo.
Repite todo el ritual que el profesor le había enseñado hacía unos meses.
“Concéntrate.”
Su mente se desvincula del miedo a morir, para sustituirlo por el recuerdo de su maestro.
Una brisa le acaricia el rostro.
“Es lo único agradable de todo este berenjenal en que estoy metido”
Justo en ese momento, en su mente, oye la voz de su mentor recitando los pasos:
“Vacía la mente, haz de tu cuerpo una pluma. Relájate lo máximo posible. Ensaya en la cabeza toda la secuencia de movimientos que quieres ejecutar y repasa cuales son superfluos y cuales esenciales. Rechaza los primeros, perfila los segundos.
Cierra los ojos. Visualiza tu energía interior repartiéndose por todo los músculos que van a trabajar”.
Albert deja de sentir todos los informes de su cuerpo, solo hay la voz del Profesor Yamakasi.
“Debes focalizar la fuerza en la parte que va a sufrir más. Suelta el aire con un grito seco y actúa como un relámpago”.
Su cuerpo se relaja un par de segundos. En su visión, una luz blanca le recorre los brazos y piernas, siendo más intensa en pies y manos.
Tres segundos más tarde, su cuerpo se mueve como si fuera un autómata escudado en un gruñido sordo que sale del fondo de su alma.
La mano izquierda resucita, clavándose a la piedra como si pretendiera hundir los dedos en el hormigón. Sus pies se aferran entre los ladrillos para dar el máximo impulso a una dolorida espalda que se arquea como la de un felino en el inicio del salto.
Su cabeza llega a alzarse de la fachada, ya puede ver el suelo del tejado.
“-Tan cercano y a la vez a millones de años luz”.
La barbilla sube temblando hasta mantenerse a un milímetro de poderse apoyar en el canalón de desagüe.
“Ya falta poco, si puedo llegar a poner los brazos en ángulo y desplazarme hacía arriba...”.
En un ultimo esfuerzo apoya el codo izquierdo en el canalón.
Pero este cede y Albert se rinde a la gravedad, colgando de nuevo por una sola mano de la fachada posterior del Hotel Imperial Palace.
El poco aliento que le queda le sirve para susurrar unas últimas palabras:
-Nos vemos pronto, abuelo.
Por fin, la mano derecha decide por él.